
Mientras apuro mi tercer vodka con limón de la noche aprovecho para echar un último vistazo por el bar antes de marcharme.
Movida por el desinterés que me provocan los allí presentes recojo mi chaqueta y me dispongo a salir cuando le veo.
Justo al final de la barra, le veo: alto, moreno, con ese pelo que da la sensación de estar cuidadosamente despeinado y una mirada penetrante con la que me encuentro pasados unos instantes.
Le echo cojones y me acerco a él, sin mediar una palabra le miro, le cojo de la mano y lo saco a la calle para que la luna llena presencie el espectáculo que se avecina.
Le arrastro hasta mi casa casi con la misma facilidad con la que le desabrocho los botones de la camina con una mano. En silencio.
Dentro, sobre mi cama, empiezo a decirle todo aquello que las palabras no pueden llegar a expresar. Se lo grito. Una vez, y otra, y otra...así hasta 4, y cuando ya no me queda aliento le miro, y me mira, y que se jodan los suizos y sus fábricas de relojes porque paramos el tiempo...
Enciendo un cigarro a pesar de que sé que nunca le gustó que fumara a su lado:
- Cómo te he echado de menos, coño.